La guerra de Estados Unidos en Afganistán ha llegado a su fin. Los últimos soldados estadounidenses se han retirado del país, poniendo fin al conflicto militar americano más largo, aquel que comenzó hace 20 años en represalia por los atentados del 11 de septiembre de 2001 y que termina con los talibanes de nuevo en el poder.
La violencia vivida en la capital afgana durante las últimas semanas pone de manifiesto los peligros que se avecinan para un país ya azotado por la inseguridad y la crisis humanitaria, pero también las consecuencias que tendrá en el ‘tablero mundial’ de la diplomacia.
La salida de la primera potencia mundial del país, pactada en Catar en febrero de 2020 con talibanes y con el conocimiento del anterior Gobierno afgano, ha dado un golpe de efecto a la política exterior de innumerables naciones y ha obligado a cada ‘jugador’ a mover ficha. De momento, los países aliados ya han concluido sus operativos para el abandono del Afganistán en los últimos días, entre ellos, Reino Unido, Francia o España.
¿Es ética la negociación con talibanes?
Mientras, en las grandes esferas de política internacional, se ha abierto una vez más el debate sobre si es correcto o ético negociar con talibanes para seguir evacuando al resto de colaboradores y población civil en riesgo. Y es que el de la negociación con terroristas o con el crimen organizado es un debate que cuenta con un largo recorrido en el seno de la comunidad internacional y que tiene tantos argumentos a favor como en contra.
El debate puede resumirse en dos posturas: la de aquellos que consideran que negociar con terroristas es inmoral y además incentiva nuevos actos de terrorismo, y la más realista, que se basa en que si el objetivo es salvar vidas está más que justificado sentarse en la misma mesa con terroristas. Bajo esta última se encuentra, por ejemplo, Francia. El Ejecutivo de Emmanuel Macron ha mostrado su total apoyo a mantener un diálogo abierto con los talibanes en pro de seguir evacuando a los afganos que se han quedado atrás.
Un nuevo gobierno afgano
España, por su parte, ha hecho lo propio y prevé abrir conversaciones, en coordinación con la Unión Europea (UE), con el nuevo Gobierno de Kabul para sacar a las personas que pueden sufrir represalias por su vinculación con las misiones de la OTAN o Estados Unidos. Los expertos señalan que hasta el mismo Estados Unidos seguirá dialogando con ellos, tal y como ya había hecho anteriormente el expresidente Donald Trump cuando firmó un acuerdo histórico de paz con los talibanes, bajo el paraguas de su objetivo de su particular guerra contra los grupos terroristas.
Lo cierto es que el aeropuerto de la capital afgana ya está en manos de los talibanes, quienes determinarán qué vuelos y cuáles no podrán aterrizar en Afganistán, por lo que, para no dejar a su suerte a la población afgana, para hacer llegar ayuda humanitaria, al mismo tiempo que se garantiza el cumplimiento de los derechos humanos, la comunidad internacional tendrá que establecer relaciones con el nuevo Ejecutivo de Kabul. Sin embargo, las voces más críticas y contrarias a esta postura no han tardado en manifestarse.
Prueba de ello es que el Alto Representante de la UE, Josep Borrell, ha sido muy criticado tras afirmar que los talibanes han ganado la guerra y que, por lo tanto, no habrá más remedio que “tenerles como interlocutores”. A pesar de que Occidente se muestra dispuesto a negociar, el reconocimiento a un nuevo Gobierno afgano no está garantizado y organismos internacionales han afirmado que para poder ser reconocidos deberán cumplir con sus compromisos internacionales y respetar los derechos humanos.
Líneas rojas en la negociación
El Viejo Continente, por su parte, se ha apresurado a marcar ‘líneas rojas’. Desde el seno de la Unión Europea han señalado que la cooperación con cualquier futuro Gobierno afgano estará condicionada a un acuerdo pacífico e inclusivo y al respeto de los derechos fundamentales de todos los afganos.
Los talibanes deberán adaptarse, por tanto, a las exigencias de la comunidad internacional y adoptar una actitud no beligerante, sin perder de vista ‘sharía’ o ley islámica, eje de su estado teocrático. Un asunto, sin duda, muy complicado dado que ya se están registrando denuncias de activistas y periodistas en Afganistán, quienes reportan que este grupo está empezando a realizar búsquedas contra ellos en las regiones que controlan.
Frente a la posición Occidental, Rusia y China han optado por una postura diferente. Como viene siendo habitual, ambos países se han desmarcado de la idea predominante y han decidido mantener abiertas sus embajadas en Kabul, siendo las únicas grandes potencias con presencia en Afganistán. Este ‘juego de poder’ es para estas dos naciones una oportunidad para debilitar a Estados Unidos y a Europa, evitando a su vez, en el caso de Rusia, la exportación de inestabilidad hacia zonas sensibles. El gigante asiático, por su parte, tiene también intereses económicos en la zona por la nueva ruta de la seda, un ambicioso proyecto de inversiones con el que el Ejecutivo de Xi Jinping pretende conectarse con Europa y África.
Pese a esta postura y en este escenario, un aspecto interesante a considerar de este debate es que tener a los talibanes como interlocutores no es lo mismo que tenerlos como aliados o socios. En estos momentos casi ningún país se plantea contactos políticos con ellos (salvo quizás Rusia y China), pero sí la mayoría se muestran a favor de contactos operativos ya que, en la situación actual, éstos son más que necesarios.
Negociar no significa apoyar
El planteamiento de ‘no negociar con terroristas’ no es en este caso una buena idea. Desde el punto de vista filosófico, mantener una posición contraria a conseguir un acuerdo que reduzca daños, como pueden ser muertes y asesinatos de la población afgana, podría hacer al resto del mundo responsable de ellas por cerrarse a buscar o valorar otras opciones.
Esto no significa, sin embargo, que se pueda o se deba negociar sobre cualquier cosa. Implica asumir que es más beneficioso estar abierto a una conversación y efectivamente llevarla a cabo, si esta posición reduce el riesgo de daños mucho mayores.
Por tanto, habrá que estar muy atentos al cumplimiento de los compromisos de no agresión alcanzados por Estados Unidos y los talibanes, teniendo en cuenta que los fundamentalistas islámicos son un bloque con muchas facciones radicales que pueden intentar algún tipo de acción violenta.
Muchas veces los países cometen el error de alejarse de negociaciones que podrían haber causado beneficios mayores, solo porque la situación de negociación amenaza o incomoda su estatus internacional o la opinión de los ciudadanos sobre la gestión del Gobierno, de tal manera que prefieren tomar distancia en vez de enfrentar una negociación complicada y amenazante pero cuyo resultado puede ser mejor que el no hacer nada.
Es por ello por lo que la apuesta de la comunidad internacional debe pasar por negociaciones concretas y puntuales en coordinación con otros países para salvar vidas humanas.